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Carta de Nostradamus a su hijo César
Nostradamus fue el creador de uno de los sistemas predictivos mas eficientes y misteriorsos que nos legó la historia de la astrología. Nostradamus era astrólogo, pero sus técnicas fueron siempre mas allá de esa disciplina. Se decía que se concentraba en un cuento lleno de agua en ebullición o en la contemplación de la llama de una vela para esbozar sus pronósticos. En la carta que dirigió a su hijo César habla de los métodos que utilizó para elaborar sus oráculos. Nostradamus murió en el año 1566 pero sus pronósticos tienen vigencia aún y perdurarán por muchos siglos más. Nostradamus contaba con un sistema de predicción más misterioso de lo que creer. Se sabe que hacía uso de la astrología, que entraba en éxtasis contemplando la llama de una vela y que observabaun cuenco de latón lleno de agua en ebullición entre otras muchas cosas, pero ignoramos como alcanzaba esos estados y es posible que siempre nos mantengamos en la duda. Pero a continuación reproducimos integramente una carta poco conocida dirigida a su hijo Cesar, en la que le habla del método utilizado por él para su oráculos. Como todo en sus escritos, está expuesto en un lenguaje poco familiar pero que quizá arroje alguna luz sobrela magia y obra de este enigmático e irrepetible personaje llamado Nostradamus.
Texto de la carta:
Tu llegada tardía a este mundo Cesar Nostradamus, hijo mío, me induce a poner por escrito, a fin de dejarte este recuerdo después de mi extinción corporal, aquello que, del Porvenir, la Divina Esencia me ha permitido conocer por medio de las Revoluciones Astronómicas. Es provecho común de los hombres que te dedico esta obra, fruto de una serie nunca interrumpida de vigilias nocturnas en el curso de una vida ya larga.
Y porque es la voluntad de Dios inmortal que, en el presente, no estés todavía despierto a las luces naturales que Él ha dado a esta terrena playa, y que deba recorrer solo y bajo el signo de Marte los meses de tu primera infancia, y que no hayas llegado siquiera a los años más robustos en que sería posible mi compañía, y que por lo tanto, tu entendimiento, demasiado débil ahora, no puede recibir nada de esta búsqueda que realizo y que por la fuerza de las cosas terminará con mis días.
Visto que, por escrito, no podré transmitirte lo que sólo es posible por la tradición oral: esas palabras, entre los nuestros hereditarias, que te abrirían a tu vez la vía de la oculta predicción, porque, bajo la escritura, el tiempo las haría ineficaces, quedarán encerradas en mi estomago.
Considerando también que, para el hombre, los acontecimientos futuros quedan siempre definitivamente inciertos, estando regidos y gobernados por el poder inestimable de Dios; el cual no deja de querer inspirarnos, y esto, no a través de transportes dionisiacos ni de movimientos delirantes, sino, a la verdad, por las figuras Astronómicas que El nos propone: «fuera de la aprobación divina nadie puede presagiar con exactitud los acontecimientos fortuitos y particulares, ni si haber sido tocado por el soplo del espíritu profético».
Recordando además que desde tiempo atrás y muchas veces, he predicho, con mucha anterioridad y precisando los lugares, acontecimientos que se produjeron efectivamente en ellos, previsión que nunca dejé a atribuir a la virtud de la inspiración divina; que, además, he anunciado como inminentes algunas calamidades o prosperidades que, bien pronto, vinieron a afectar las zonas que yo había designado entre todas las que se extienden bajo las diferentes latitudes; que después he preferido callar y no dar al mundo mis predicciones, renunciando aún a ponerlas por escrito tanto temía para ellas la injuria del tiempo, y no solamente del tiempo que corre, sino también, y sobre todo, de la mayor parte de las épocas que seguirán: porque los reinos del porvenir se mostrarán bajo formas de tal manera insólitas, porque sus leyes, doctrinas y costumbres cambiarán tanto con relación a las presentes, a tal punto que les podría decir diametralmente opuestas, que, si hubiese intentado describir esos reinos tales como serán en realidad, las generaciones futuras, quiero decir aquellas que, teniendo todavía el orden hoy en vigor, se sentían para siempre seguras en sus fronteras, en sus sociedades, en su modo de vida y en su fe, esas generaciones, digo, no hubiesen creído creer lo que oían y hubieran venido a condenar una descripción, por tanto verídica, la misma que, demasiado tarde, será aceptada por los siglos.
Refiriéndome en fin a la verdad de esta palabra del Salvador: «no darás a los perros lo que pertenece a la santidad, no arrojarás las perlas a los cerdos, por temor a que las pisoteen y volviéndose juntos contra vosotros, os despedacen».
Por todas estas razones me había resuelto a privar de mi lengua al pueblo y de mi pluma al papel.
Después, yo cambié de opinión, y tomé un partido diferente: extender el empleo de mis luces al conjunto de los acontecimientos futuros, tan lejos como me fuera posible percibirlos, comprendiendo aquellos cuya comunicación me parecía lo más urgente, y dirigirme, no a algunos, sino al pueblo entero de los hombres y a la época que habrá visto el acceso de ellos a la cosa pública. Además, sabiéndola «auricular» fragilidad de los hombres, y no queriendo arriesgarme nunca a escandalizarla, cualquiera que sea la mutación que se produzca en las mentalidades, decidí expresarme en sentencias cortas, tejidas unas con otras, y cuyo sentido quedaría oculto tras de severos obstáculos: todo esto debía ser redactado bajo forma nebulosa, como conviene muy particularmente a estas profecías de las que está escrito: «tú has escondido estas cosas a los sabios y a los prudentes, a saber a los poderosos y a los reyes, pero las has entregado como frutos limpiados de sus semillas a aquellos que pesan poco sobre el suelo y que no entorpecen el espacio».
Los profetas del pasado, que vieron las cosas lejanas y que previeron los acontecimientos futuros, habían recibido de Dios y de sus ángeles este «espíritu de vaticinación» sin el cual ninguna obra puede llevarse a término. Mientras este espíritu de vaticinación permanecía en los profetas, el poder que les comunicaba era inmenso y ellos esparcían sus beneficios sobre todo aquello que les estaba sometido. Existen otras realizaciones posibles además de las realizaciones sublimes de los profetas, y, por analogía entre sus finalidades respectivas, estas dependerán de nuestro «buen genio» exactamente como aquellas dependían de Dios. A fin de permitirnos estas menores realizaciones, el espíritu de profecía acerca a nosotros su calor y su poder, así como hace el sol con nuestras personas físicas cuando, habiendo lanzado sus rayos sobre los cuatro elementos deja su influencia, de vuelta por esos elementos, esparciese también sobre los cuerpos no elementales como son los nuestros. En cuanto a nosotros, como simples seres humanos, no somos capaces de penetrar, por el solo ejercicio de nuestras facultades y talentos naturales, los secretos insondables de Dios creando el Universo: «porque no nos ha sido dado conocer los tiempos ni los momentos, etc.».
No se trata de que nuestra época no puedan existir o aparecer ciertos personajes, como fue en el pasado, a quienes Dios el Creador quiera revelar, por medio de imágenes impresas por El en su espíritu, algunos secretos del porvenir armonioso acuerdo con los juicios astrológicos. Para este resultado, una clase de llama surge en estos personajes, exaltando su facultad volitiva, inspirándolos, y haciéndolos discernir en las cosas futuras aquello que será hecho por el hombre y aquello que será hecho por Dios. Porque la obra divina, si bien es absoluta en su totalidad, no lo es en sus partes. Esas partes son tres: los ángeles, los malos y entre los dos el hombre y sus poderes; esto deja a Dios todo el campo posible para realizar y terminar su obra como El la entiende.
Pero me parece, hijo mío, que te hablo aquí en un lenguaje demasiado complicado.
Para volver a mi exposición, te diré que existe otra clase de predicción oculta, que nos viene oralmente y bajo la forma poética del «sutil espíritu del fuego». Esto nos llega alguna vez cuando, como consecuencia de una más alta contemplación de lo que en realidad son los astros, ese sutil espíritu del fuego se apropia de nuestro entendimiento. Entonces nuestra atención se hace más vigilante y muy especialmente a las percepciones del oído: comenzamos a oír frases con carencia rítmica, sin ningún temor y olvidando toda vergüenza, largas series de sentencias, perfectas ya para ser escritas. ¡Pero qué!. ¿Esto no se produce también por el don de la adivinación, y no procede de Dios, Del Dios que transciende el tiempo, y del que proceden todos los otros dones?.
Aunque hijo mío, haya puesto adelante la palabra Profeta, no creas que yo me quiero atribuir título de tan alta sublimidad, sobre todo teniendo en cuenta el tiempo presente. No está escrito: «aquel que hoy es calificado de Profeta, ¿antiguamente hubiera sido nombrado vidente?». Profeta, en efecto, es propiamente aquel que ve las cosas situadas completamente fuera de la posibilidad del conocimiento natural, y no digo solamente del hombre, sino de todo ser creado. Que si su pensaras que el Profeta pudiera, mediante la luz profética, la más perfecta, captar el todo de una cosa, sea divina, o aún humana, yo te respondería que no es posible, visto que dicha cosa extiende en todas direcciones ramificaciones indefinidas.
Si, hijo mío, los secretos de Dios son incomprensibles; y si la virtud que produce las causas futuras puede andar durante largo tiempo en estrecho contacto con el conocimiento natural, las causas que nacerán de ella escaparán seguramente a ese conocimiento natural: partirán, en efecto, de otro de sus orígenes, el último y más determinante de todos, el «libre arbitrio»; esto hace que no sabrán adquirir ninguna condición capaz de hacerlas conocer antes de su realización, ni por humanos augures, ni por ninguna inteligencia sobrehumana o potencia oculta existente bajo la concavidad del cielo. Lo cual resulta también de este hecho supremo: una Eternidad Total, que reúne en si todos los tiempos.
Pero por lo mismo que esta eternidad es indivisible, los impulsos continuos que de ella emana no pueden sino inscribirse, con todo rigor aunque de manera simbólica en el movimiento de los astros: de aquí la posibilidad de llegar a las causa para quien posee el conocimiento de este movimiento.
No digo, hijo mío, y me entenderás un día, aunque toda noción de estas materias sea hoy vedada a tu débil entendimiento, no digo que muchas causa futuras, y aún muy lejanas, se encuentran fuera de la comprensión de la criatura racional. No es así, toda vez que esas causas futuras han de ser engendradas por el alma intelectual de las cosas presentes. Por lejanas que ellas sean, esas causas futuras no son ni demasiadas ocultas ni difíciles de situar en su cadena causal.
Pero aquello que jamás se podrá adquirir fuera de la inspiración divina, es el conocimiento «completo» de las causas: este exige imperiosamente la inspiración ese motor primordial cuyo principio es Dios el Creador; instinto y ciencia de augures no vienen sino después. Sin embargo, estas últimas son eficaces en lo que concierne a las causas «indiferentes», es decir, aquellas que son indiferentemente producidas o no producidas: en ese caso, el presagio se realiza regularmente, y en el lugar previsto, pero en parte solamente.
Porque el entendimiento, creado para el conocimiento racional, es, por si mismo, incapaz de la «visión oculta»: esta facultad no se despierta sino a favor del «limbo adivinatorio» y de la voz que en él se hace oír, esta voz traduce los movimientos de una «llama exigua, exacta y que actúa de fuera», ante la que se inclinan las causa futuras.
A este respecto, hijo mío, te suplico que no emplees nunca tu entendimiento en semejantes sueños y vanidades que secan el cuerpo y llevan el alma a su perdición, nublando el juicio en quienes no lo tienen fuertemente formado, y sobre todo, guárdate de la magia, esta vanidad más que execrable, reprobada por las Santas Escrituras y por los divinos canónes; exceptuando la Astrología Judiciaria que no está incluida en esa condenación, y que ha sido el tema de mis continuos cálculos. Es gracia a la Astrología, y mediante la inspiración y revelación divina, que he redactado las presentes Profecías.
Y aunque esta rama de la Filosofía secreta no sea, en lo que ella misma concierne, de ninguna manera reprobada, me he guardado muy bien de llevarla hasta donde pudiera presentarse como presuntuosa y desenfrenada en sus especulaciones extremas; a pesar de que muchas obras que tratando de esas especulaciones, escondidas durante largos siglos habían llegado a mis manos. Pero, como yo desconfiaba de lo que podía suceder después de mí, he hecho de ellas una vez leídas, presente a Vulcano. Y entre tanto el fuego las destruía, la llama lamiendo el aire producía una claridad insólita, más fuerte que todas aquellas que pudiera producir una llama ordinaria, y, semejante a un relámpago de rayo iluminó de repente la casa como si ella fuera «sutilmente» a incendiarse. Es por esto, y a fin de que no te arriesgues un día a ser engañado por esos libros persiguiendo y verificando cuidadosamente la perfecta de lo que, en ello, estaba relacionado con la Luna, así como de lo que estaba relacionado con el Sol, de tal manera que, bajo tierra, los elementos solares fueses a las substancias incorruptibles y los lunares a la ondas ocultas, es por esto – repito – que los he convertido finalmente en cenizas.
¡Pero dejemos de lado estas imaginaciones fantásticas!.
Lo que he querido manifestar ante ti, es la esencia misma de este conocimiento que, modelándose sobre el conocimiento celeste nos permite juzgar las causas que intervendrán en un espacio bien definido, los lugares mismo y una parte del tiempo, a saber: de aquella esencia que está dotada de propiedades ocultas, todo por inspiración divina, y de acuerdo con las figuras celestes consideradas bajo una luz o concepción sobrenatural, y bajo esta cualidad, propia a la Eternidad, de comprender en Si los tres Tiempos: gracias a esto se nos revela la causa futura tanto como la causa presente o la causa pasada: «porque todas las cosas están desnudas y abiertas delante de El, etc.».
Así, hijo mío, tú podrás bien pronto comprender a pesar de tu tierno cerebro que las cosas del porvenir se pueden profetizar por las nocturnas y celestes luces, que son naturales y por espíritu de profecía. No es, repito, que me quiera atribuir nombre y poder profético cuando digo haber recibido inspiraciones y revelaciones. No, yo no soy sino un hombre mortal, que toca el cielo por el espíritu no menos que la tierra por los pies: «yo puedo no errar, y sin embargo he fallado y he sido infiel». Soy pecador, como cualquiera de este mundo, y sujeto a todas las humanas aflicciones.
Pero, a pesar de esto, como varias veces en la semana me he sorprendido interrogando un espejo líquido y de él recibiendo alucinantes imágenes he querido dar esas visiones dignas de la benevolencia divina sometiéndolas durante largas noches a la prueba del estudio y del cálculo. Así he compuesto los presentes Libros de Profecías. Contiene cada uno cien cuartetas de acuerdo con la Astronomía. En cuanto a las Profecías las he oscurecido voluntariamente un poco por la manera como las he ordenado: constituyen una perpetua vaticinación de aquí al año 3.797.
Leyendo esta cifra algunos retirarán su frente de mi obra considerando la duración que pretende abarcar y, también, su extensión a «todo» lo que ocurrirá y todas sus significaciones bajo la concavidad de la Luna, quiero decir a todas las causas, universalmente y por toda la tierra, como bien lo entiendes, hijo mío. Que si tu vives hasta su término la edad natural del hombre, tú verás, bajo la latitud que habitas y el cielo de tu nacimiento, los acontecimientos que preveo para el porvenir.
Ciertamente, el Dios Eterno es el único que conoce la Eternidad de su Luz que procede de El y reúne en si todos los tiempos. Pero, al personaje que El quiere escoger, su Majestad inconmensurable e incomprensible dispensa sus revelaciones, al precio, lo que confieso francamente, gracias a su amplia, estudiosa y melancólica respuesta. Ese personaje entra así en relación con una «potencia oculta» que Dios permite que se manifieste a él. Y cuando profetiza bajo el soplo de la inspiración, dos causas eficientes, cito las dos principales, se presentan a su entendimiento y determinan juntas su profecía: la primera es esa misma inspiración que no es otra cosa que una cierta participación de la eternidad divina; ella les hace más inteligible la luz sobrenatural de los astros y le permite juzgar, por medio de Dios, Creador, todo lo que «su divino espíritu» presenta a su juicio. La segunda es una consideración puramente racional, pero también capaz de dar plena confianza al Vidente, a saber: que aquello que el predice es verdadero, como todo aquello que tiene su origen en el mundo del éter. Y es así como esa «llama exigua, exacta y que actúa del exterior» se demuestra eficaz; su divinidad aparece indudable como la dignidad de la luz natural, que ilumina a los Filósofos dándoles plena seguridad; gracias a ella han llegado partiendo del principio de la causa primera, a los más profundos abismos de las más elevadas doctrinas.
¿Pero de qué sirve vagar a semejantes profundidades a las que la capacidad futura de tu inteligencia no te permite seguirme?.
¿No veo yo, además, presentarse en el porvenir una inmensa regresión del pensamiento, sin ejemplo en el pasado?. El mundo cuando se aproxime la universal conflagración, sufrirá tantos diluvios y tan altas inundaciones que no quedarán terrenos que el agua no haya cubierto. Y tan largo será este periodo de calamidades que todo perecerá por el agua, fuera de lo que quedara inscrito en el inconsciente de los seres y en la topografía de los lugares.
Además de esas inundaciones, y en sus intervalos, algunas regiones estarán a tal punto privadas de lluvia, con excepción de una lluvia de fuego, que caerá del Cielo en gran abundancia y de piedras candentes, que nada quedará que no sea consumido. Y esto vendrá pronto y antes de la última conflagración.
El planeta Marte, en este momento termina su «siglo» antes de comenzarlo nuevamente al final de su último periodo; pero, entonces quedarán reunidos los diferentes planetas, unos en Acuario por muchos años, otros en Cáncer durante mayor tiempo y de manera más continua. Si ahora somos conducidos por la Luna, por la voluntad de Dios Eterno, antes que termine su total circuito, el Sol vendrá y después Saturno. Cuando el reino de Saturno regresara los signos celestes nos muestran, todo bien calculado, que el mundo se aproxima a una «anaragónica» revolución.
Y antes 177 años, tres meses y once días, a contar de la fecha que esto escribo, por pestilencia, larga hambruna y guerras, y más todavía por inundaciones que se repetirán muchas veces, antes y después del término que he fijado, el mundo se encontrará tan disminuido y quedará tan poca población que no se encontrará quien quiera trabajar los campos que quedarán libre por tanto tiempo como pasaron en servicio. He aquí lo que aparece del estudio del Cielo visible.
Estamos actualmente en el séptimo número del mil en que concluye todo acercándonos al octavo que es el firmamento de la octava esfera, que se encuentra, en dimensión latitudinal, en la posición fijada por Dios para terminar la revolución. Entonces, volverá a comenzar el movimiento de las imágenes celestes, ese movimiento superior que nos da la tierra estable y firme: «ella no se inclinará por los siglos de los siglos». He aquí lo que ha decidido la voluntad de Dios y cómo será en adelante si dicha voluntad permanece, a pesar de la opinión más o menos ambigua y sin relación con las leyes naturales que puedan profesar en esta materia ciertos personajes dados a sueños mahometanos.
También, algunas veces, Dios Creador, por intermedio de sus mensajeros de fuego viene a proponer a los órganos exteriores de nuestro sentidos, y principalmente a nuestros ojos, un mensaje de fuego, significativo de los acontecimientos futuros que quiere manifestarnos, está «llama mensajera» constituyendo la causa material de nuestra predicción. Porque es evidente que todo presagio que se deba tomar de la «luz exterior» exigirá como factor parcial, «una fuente de luz que sea ella misma exterior». Y como el otro factor del presagio se muestra ante lo que llamaré «el ojo del entendimiento», y que, en verdad, la visión de que tratamos aquí no podría confundirse con la clase de visión que producirá una lesión del sentido imaginativo, parece evidente que el conjunto de la predicción, luz exterior y visión interior, proviene de una sola y la misma «emanación de divinidad». Es gracias a ella que un espíritu angélico inspira al hombre que profetiza; es ella que reviste de una unción sagrada sus aterradoras vaticinaciones; es ella también la que le da forma a su fantasía en diversas apariciones nocturnas: debiendo someterse todo, a la claridad del día, a la intervención de la Astronomía, y recibir de ella esa certeza que dispensa regularmente cuando se une a la Santísima Profecía, la que no toma en consideración sino la verdad sola y no exalta sino el animo libre.
En esta hora debes comprender, hijo mío, lo que yo encuentro por mi revelaciones astronómicas, las cuales concuerdan en todos sus puntos con aquello que me ha revelado la inspiración: yo encuentro que la espada mortal se acerca a nosotros, bajo la forma de peste, de guerra más horrible de todo lo que se ha visto en tres vidas humanas, y de hambruna; yo encuentro que esa espada caerá sobre la tierra y volverá a caer muchas veces. Porque los astros se inclinan al regreso periódico de esas calamidades, porque también está dicho: «yo pondré a prueba sus iniquidades con una barra de hierro y yo los castigaré a golpe de vergas».
Sí, hijo, la misericordia de Dios no se esparcirá más sobre los hombres durante el tiempo que transcurriría antes de que la mayor parte de mis profecías sean cumplidas y consumadas por los efectos de su cumplimiento. Así por muchas veces, durante este tiempo de siniestras tempestades: «Yo trituraré», dirá el Señor, «y Yo quebrantaré y no tendré piedad».
Yo encuentro también mil otras desventuras que acaecerán por medio del agua y de continuas lluvias. Las describo detalladamente «aunque en proposiciones inconexas entre si», en esta cuartetas precisando los lugares, las fechas y el término prefijado. Y los hombres después de mí, conocerán la verdad de lo que digo porque habrán visto realizarse algunas de esas profecías, de la misma manera que algunos lo han conocido ya, como lo he hecho notar a propósito de mis predicciones verificadas anteriormente.
Es verdad que entonces yo hablaba en lenguaje claro, en cambio ahora oculto las significaciones bajo algunas nubes: «pero cuando sea apartado el velo de la ignorancia» el sentido de mi predicción se aclarará cada vez más. Término hijo mío; toma este don de tu Padre, Michel Nostradamus, que espera tener tiempo sobre esta tierra para explicarte cada una de las profecías de las cuartetas dadas aquí; y que ruega al Dios inmortal que El te quiera prestar larga vida, en buena y prospera felicidad.