Bienvenidos a LA NACIÓN DE URANIA
Sexo Sagrado
No existe en la naturaleza fuerza más misteriosa y portentosa que el sexo. Pero aunque todo el mundo lo practica como si fuera al gimnasio, pocos son conscientes de las puertas que el sexo es capaz de abrir. Veamos algunas ceremonias rituales primitivas que emplearon esta fuerza indomable como parte de su liturgia. La muchacha de mejillas color durazno entró a mi habitación con los pies descalzos. Llevaba un sari transparente de seda dorada. Tímidamente sacó de su alforja una estatuilla de un hombre-elefante, que ella llamó Ganesha y le prendió incienso. Entonces empezó a bailar, sin que yo le dijera nada. Me dijo que era una devadasi que practicaba el tantra hindú. En medio de mi perturbación, no atiné a reaccionar. Sólo la miraba. Percibí sensualidad por los cuatro costados: en cada uno de los movimientos de sus labios, de sus manos, sus pechos, su pubis como una flor, sus muslos firmes y de los golpes de sus pies contra el suelo. Mientras danzaba, su largo pelo negro se enroscaba con la volutas de humo del sándalo. Poseía la flexibilidad de una serpiente y el magnetismo de un felino. El vaivén de sus caderas y su mirada me lanzaban descargas eléctricas difíciles de soportar. Su danza era lenta y sinuosa. No sé cuánto tiempo pasó, sólo sé que me hallaba bajo su flujo
hipnótico cuando se deshizo con delicadeza de sus prendas y en el suelo me poseyó. El mundo se desvaneció. Sólo existían nuestros sexos devorándose. Todo se tornó acuoso y rítmico como una onda marina que sube y baja. Al cabo de un rato, la escuché zumbar casi imperceptiblemente. Lo real, o sea nosotros, adquirió de pronto una extraña densidad, una profunda y abismal intimidad que nunca había sentido antes. Súbitamente, me sentí transportado junto con ella, a la mismísima fuente de donde brota la vida desde el vacío. Parecía fuego. Todo se tornó grande, enorme, terriblemente magnífico. Ella, yo, pero ya no éramos ella y yo. Eramos el dios y la diosa volviendo a crear el mundo en un eterno juego de luz y sombra, para nuestro propio placer.
Tal como lo demuestra la recreación de esta experiencia tantra, hubo una vez, según los mitos de todas las culturas, una edad de oro donde la frontera entre lo sagrado y lo profano no existía. Lo interno y lo externo eran una misma cosa. A eso las leyendas de todo el planeta le adjudicaron el nombre de paraíso. Pachayachachic para los incas, Asgard para los vikingos,
Avalon para los celtas. En esos tiempos, todo era considerado sagrado en la Tierra, pero el sexo lo era aún más pues era por intermedio de él que podíamos crearse la vida y trascenderla. El sexo era entonces la puerta de los dioses y la mujer tenía la llave. Por eso, nacieron las diosas en la mente de los antiguos. Así nacieron las venus paleolíticas como la Venus de Millendorf entre otras. Ella era la que daba a luz, de ella surgían los seres humanos. Por eso había que venerarla. Es de aquí de donde viene el culto a la Virgen María, que inicialmente proviene del viejo culto a las vírgenes negras. Ojo, había un fluido femenino en especial que era muy preciado en esos tiempos: la sangre menstrual, considerada poderosísima y por eso temida. En la India, Kali-Maya invitó a los dioses a bañarse y tomar el fluido sangrante de su útero. Beber esa sangre era beber el alma de la diosa: la sangre del dragón.
Pero un día, en el Neolítico, hubo una escisión que partió como un rayo lo sagrado de lo profano. Y las personas empezaron a olvidar lo que eran. Entonces, nacieron las ceremonias como una manera de volver a recordar aquella edad de oro, cuando la verdad no tenía velos. Es decir, cuando todo era sagrado. Fue así que surgieron los héroes masculinos que vencieron a las diosas: por ejemplo, el Marduk babilonio mató a Tiamat. Sin embargo, la divinidad femenina, la Magna Mater tuvo su continuidad religiosa a través de Isis, Nut, Maat en Egipto, Ishtar, Astarté y Lilith en la Fértil Medialuna, Démeter, Koré y Hera en Grecia, y Atargatis, Ceres y Cibeles en Roma. Y más tarde en Shekhina de la tradición cabalista hebrea.
Volver a recordar lo sagrado se convirtió en el eje de todo rito. Estar cerca de cosas sagradas contagiaba. Había personas, objetos, lugares y momentos que eran considerados sagrados. Era el caso del rey. O lugares como Jerusalén donde las personas peregrinaban para también volverse sagradas. Las plantas alucinógenas y el licor, dentro de un ritual, permitían volver, simbólicamente, a la época dorada. De manera similar existían tiempos sagrados. La época de la siembra, por ejemplo. Y que mejor forma de fertilizar la tierra que con el sexo mismo, símbolo máximo de vida. Por eso, todos los rituales arcaicos de fertilidad son obviamente sexuales y estaban dirigidos a la tierra, a la gran diosa. La mujer era el vehículo natural para conectarse con lo divino. Si la vagina fue la puerta de salida a este mundo, también puede ser la puerta de entrada para volver al infinito. De allí que en Mesopotamia, el sacerdote tenía relaciones con la sacerdotisa en una cabaña construida en la cumbre de los zigurats. En los comienzos de la civilización, sólo haciendo el amor, los hombres tenían acceso a lo divino, es decir a la trascendencia. La semilla del sacerdote y el aposento de la sacerdotisa se juntaban con reverencia mutua para crear el puente hacia los dioses. Cuando ello ocurría, toda la colectividad se beneficiaba. La palabra ´puro´ viene de ´pyro´, que significa fuego. Con el paso de los siglos estos rituales fueron perdiendo pureza y la sexualidad olvidó su trascendencia. Al punto que muchos, hoy en día, manipulan el sexo y la religión para sus propios fines proselitistas. Sin embargo, los rituales de todas las culturas del pasado nos pueden hacer recordar la esencia que se ha perdido.
Sexo + espiritualidad = explosión.
Para los sumerios, la virginidad no era bien vista, por eso las púberes eran iniciadas en el Templo de Innana, , llevadas por sus propias madres. Perder la virginidad bajo la mirada amorosa de la diosa, era volverse parte de ella. El celibato era considerado contranatura.
En Babilonia, mientras tanto, según Herodoto en el siglo V a.c., toda mujer debía realizar un singular servicio a la comunidad una vez en su vida: ´prostituirse´ en el templo de la diosa Ishtar. Todas estaban obligadas a hacer el amor con un desconocido, fueran ricas o pobres, feas o bonitas. El extraño daba una moneda que era depositada en las arcas del Templo. Algunas se quedaban a servir permanentemente. Eran las prostitutas sagradas o hieróbulas. En Creta, Chipre, Toscana y Etruria también existía esta costumbre.
De otro lado, en el templo de Khajuraho, India, durante el equinoccio de primavera, se celebraba una fiesta para buscar pareja. Presidía Ganesha, el dios elefante. Las chicas formaban una fila, los chicos, otra y, pintados con kohl en la cara y debidamente vestidos con rica indumentaria, empezaban a danzar. Las bromas y las risas iban y venían. El ritual finalizaba con el coito. El semen era guardado en jarritos para ofrendarlo a los cultivos. Cabe señalar, que el tantrismo era una corriente filosófico-mística que propugnaba que el lingam (pene en sánscrito) debía ingresar amorosamente al yoni (vagina) para experimentar a Dios. Es, por ejemplo, en el texto del Kamasutra y el Ananga Ranga donde se explica las técnicas de este rito. La idea era retornar a la unidad mediante el deseo sexual.
En Bubastis, Egipto, se llevaban a cabo toda clase de festividades sexuales, dedicadas a Bastis, la diosa gato, símbolo del fuego familiar. En Grecia, los misterios de Dionisios se festejaban entre la música de la cítara, el vino, los ditiritambos y las danzas. Las Bacantes y los faunos se colocaban pieles de ciervos, leones, serpientes y toros y coronas de hiedra, hinojo y álamo y se entregaban en los bosques al culto orgiástico a Dionisios, el dios del delirio místico. Con el tiempo, este ritual degeneró sangrientamente.
Los misterios de Afrodita también terminaban en orgías, previo baño ritual y danza con un falo de piedra con sal en la mano. Las hetairas eran las prostitutas sagradas. Asimismo, los Misterios de Eleusis se celebraban en setiembre y eran la representación del rapto de Perséfone por Plutón. Al final se consagraba una orgía en el nombre de Démeter, la diosa de la
agricultura, madre de Perséfone (también llamada Kore y más tarde Proserpina por los romanos). Cabe realizar una anotación: más allá de los juicios de valor de ésta época, las orgías eran sólo una forma, no la única que tenían los antiguos de buscar una experiencia con lo absoluto. Para ser más exactos, cabría preguntarse si las orgías del pasado eran lo mismo que las de ahora. Es un interrogante. Quizá, en sus inicios las orgías eran simbólicas, es decir, una fiesta común con un espíritu colectivo común y espontáneo, no necesariamente carnal.
De otro lado, los saturnales eran las festividades romanas más escandalosas de aquella época. Era el despelote total. Se celebraban entre diciembre y enero en honor a Saturno (el dios de la época de oro). Los siervos comían en la misma mesa de su señor, se ponían su ropa e incluso hasta lo insultaban. Los hombres se disfrazaban de mujeres y las mujeres de hombres. Era el caos total institucionalizado una vez al año. Los romanos tomaban como descosidos, al punto que en esos días dejaban de perseguir cristianos, lo que éstos aprovechaban astutamente, haciendo coincidir sus rituales también en esas fechas para que nadie les hiciera nada.
Mucho tiempo despues, durante el comienzo de la Edad Media, las mujeres estaban terriblemente inhibidas. De día debían ser sumisas y serviles con su casa. Pero de noche algunas, se deschavaban. Entonces, se untaban el cuerpo con una mezcla de belladona, esperma, opio, sangre menstrual y beleño y se iban al aquelarre, que consistía en estar libres y desnudas en el bosque frente a una hermosa luna llena. Cuentan las crónicas que dentro de esas fiestas alocadas las ´brujas´ besaban el ano de un macho cabrío. Inicialmente fueron ceremonias de fertilidad a los dioses de la naturaleza. Después se les achacó el adjetivo de ´satánicas´ sólo por ser la competencia de los cultos católicos. Así es la historia oficial, siempre la cuentan los ´vencedores´ y ellos dicen quienes son los buenos y quienes los malos.
De otro lado, estaban los alquimistas, que realizaban una mixtura de sal, azufre y mercurio para encontrar la piedra filosofal y así transformar el plomo en oro. El punto es que el laboratorio de trabajo para realizar esa transmutación de lo inferior a lo superior era nada más y nada menos que el sexo.
Y aquí, en el Perú, según el arqueólogo Federico Kauffmann-Doig, los antiguos peruanos empleaban el sexo con la idea de manipular los fenómenos naturales. El Perú posee y poseía uno de los climas más accidentados del mundo. El Fenómeno del Niño es antiquísimo. El erotismo en los huacos Moche y Vicus es aparente, pues la finalidad real era la magia. Sin embargo, el cronista Santa Cruz Pachacuti se escandalizó al ver las costumbres sexuales locales. Decía que los indios eran unos corrompidos y borrachos. Como si los españoles hubieran sido unos santitos.